...

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Muerte al poeta: IV Habla el poeta
Yo te escucho, mi angel, y veo en tus entrañas
tras el marcado costillar el vertebral sendero
enviando tu escura luz, tu denso dorado aleteo
hacia el sanguinario púlpito desde el que hablas.

En las plomizas lagunas de tu osculado firmamento
desdibujan mis ojos el verso de un paisaje
antiguo,
los retablos se desvanecen sin lamento alguno...
sin tristeza ni desconsolado llanto me sumerjo.

***

Que importa la bastedad del mundo cuando
viaja la mirada a ciegas sin reposo ni descanso

***

Desde el ínfero de mis desdeñosos cantos
alzo la brumosa voz de un inusual gorgeo
a la ínsula de tu inflamado corazón me lanzo
con un susurra inquieto, ligero, me elevo.

***

Sin embargo miro para tus adentros
que no son más que aquellos cielos
laureados y a los cuales mis dedos
de un confundido tacto entrego...

pensando que todavía es pesada
el alma a cuyo cuerpo no abandona
y teme perderse en las frías lomas
donde la muerte recrea montañas.

《Que te impide dejar la carne sedienta
amargada en los cantos del cauce seco,
ya otras veces fue silencio, recuerda,
del cantar de ese corazón ni queda eco》

***

Cuando a esta soledad me acomode...
Cuando abandone el calor del llanto...
Cuando del corazon la vieja rosa inmole...
Verás con verdaderos ojos mi canto.


***

Ardo, y mis cabellos son cenizas que lleva el viento
el corazón consume sus últimas gotas entre risas
y los huesos, el visceral grito, rugido de las tripas
se desvanece en el huracanado orbe que desciendo.

Pestañeo una nada que antes eran ojos, lágrimas
que en los anteriores ocasos fueron fieras miradas
y desvaneciéndome veo en el vacío una multiplicidad
de singulares aromas, intensos colores que me degradan

mientras adormezco en la suavidad de un sonido triste
se disuelven de mi ser las palabras que algún día quise.