Entran los Dioses a un bar
Entran Krishna, Jesús, Hashem y el profeta Mahoma juntos
Dice Krishna: “Soy Krishna, avatar de Vishnu,
hijo adoptivo de Nanda y Yasoda.
“Soy el comienzo, el medio, y el fin.
Soy sabor del agua, los rayos del sol, y de la luna”.
Jesús rápidamente se acerca a la deidad hindú,
se inclina a tocarle los pies con sus manos,
diciendo: “Oh, Krishna, alma hermana mayor, hijo de mi padre, de cierto eres entre todos el más el más opulento, fuerte, influyente, bello, sabio y renunciado”.
“No se debe inclinar ante mí” - comienza Krishna
“Jesús, el Cristo de Nazaret, príncipe de la paz, Dios y su hijo,
y el ser más poderoso que la tierra vió nacer.
¿No eres tú acaso el alfa y el omega? Antes de la palabra, tú ya eras,
Y yo era contigo, de cierto te digo, rabí, tú y yo, somos”.
Asienta con la cabeza, Hashem, adonai, observando a los dos cristos juntos, uno del reino de Bharat, otro de la tierra Filistea.
Da vuelta su rostro hacia el profeta, y le concede la paz.
Y Mahoma, tapándose el rostro, dice:
“¡Oh Dioses, bellezas, jueces de mi vida y mi esencia misma!
Seres inmortales, ¿quién soy yo para merecer el honor de su presencia?
Soy un analfabeto mercader, y vengo del caluroso desierto, donnde la muerte y la salvaje sequía dominan”.
Se inclinan Jesús, Krishna, y Hashem ante el analfabeto profeta, y los tres se hacen uno, diciendo:
“En la cueva de Hira te hallé, indefenso, y falto de fé.
Más el desierto de muerte no se compara con el hombre matando a su hermano, generando un desierto de lo que debería ser la tierra; mi paraíso.
La sequía, mercader, peor es de la fe y la esperanza, que dónde quiera que falten, de seguro habrá un desierto, porque dónde fe y esperanza haya, yo ahí también estaré.”
Levantándose el ángel del suelo, toca la frente del profeta, y los dos se hacen uno, como se hacen uno la vela y el espejo, y exclaman:
“¡Yo soy la divina presencia de Dios en la tierra manifiesta!”.
Luego, un malavida que en el bar solo bebía, vierte el alcohol de su botella en suelo mientras piensa en voz alta: “Caballeros, en las religiones no creo, pero si en la verdad del vino, ¡y ya tomé suficiente!”
© Amador Gracián
Dice Krishna: “Soy Krishna, avatar de Vishnu,
hijo adoptivo de Nanda y Yasoda.
“Soy el comienzo, el medio, y el fin.
Soy sabor del agua, los rayos del sol, y de la luna”.
Jesús rápidamente se acerca a la deidad hindú,
se inclina a tocarle los pies con sus manos,
diciendo: “Oh, Krishna, alma hermana mayor, hijo de mi padre, de cierto eres entre todos el más el más opulento, fuerte, influyente, bello, sabio y renunciado”.
“No se debe inclinar ante mí” - comienza Krishna
“Jesús, el Cristo de Nazaret, príncipe de la paz, Dios y su hijo,
y el ser más poderoso que la tierra vió nacer.
¿No eres tú acaso el alfa y el omega? Antes de la palabra, tú ya eras,
Y yo era contigo, de cierto te digo, rabí, tú y yo, somos”.
Asienta con la cabeza, Hashem, adonai, observando a los dos cristos juntos, uno del reino de Bharat, otro de la tierra Filistea.
Da vuelta su rostro hacia el profeta, y le concede la paz.
Y Mahoma, tapándose el rostro, dice:
“¡Oh Dioses, bellezas, jueces de mi vida y mi esencia misma!
Seres inmortales, ¿quién soy yo para merecer el honor de su presencia?
Soy un analfabeto mercader, y vengo del caluroso desierto, donnde la muerte y la salvaje sequía dominan”.
Se inclinan Jesús, Krishna, y Hashem ante el analfabeto profeta, y los tres se hacen uno, diciendo:
“En la cueva de Hira te hallé, indefenso, y falto de fé.
Más el desierto de muerte no se compara con el hombre matando a su hermano, generando un desierto de lo que debería ser la tierra; mi paraíso.
La sequía, mercader, peor es de la fe y la esperanza, que dónde quiera que falten, de seguro habrá un desierto, porque dónde fe y esperanza haya, yo ahí también estaré.”
Levantándose el ángel del suelo, toca la frente del profeta, y los dos se hacen uno, como se hacen uno la vela y el espejo, y exclaman:
“¡Yo soy la divina presencia de Dios en la tierra manifiesta!”.
Luego, un malavida que en el bar solo bebía, vierte el alcohol de su botella en suelo mientras piensa en voz alta: “Caballeros, en las religiones no creo, pero si en la verdad del vino, ¡y ya tomé suficiente!”
© Amador Gracián