...

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El adios
El adios se fragua en una insulsa lágrima
que se despide del lágrimal
en una inusual tarde de estío.
Se intuye, pues su idea es desconocida
incluso al que lo abandona,
como el matinal rocío esquivo
que incapaz de penetrar en las hojas
con el tiempo moja su interior
-marchitando pétalo a pétalo-
volviendo inodoro todo dulce aroma.
Como esa fría gota silenciosa
que desgarra la carnosa megilla
-cual sol de verano en un cielo nubloso-
el adios se precipita al vacío
de una noche sin estrellas
en el que afirmar su absurda soledad.