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Un río solía fluir

En un valle apartado, un río solía fluir con fuerza, sus aguas cristalinas serpenteando entre árboles frondosos y campos de flores.
Era un lugar de vida, donde los animales venían a beber y los pescadores encontraban sustento.
Sin embargo, con el paso del tiempo, el río comenzó a secarse.
Los días soleados se convirtieron en semanas, y las semanas en meses.
La corriente que antes danzaba alegremente se volvió un lecho de piedras y arena.

Los habitantes del valle observaban con creciente preocupación.
Las plantas se marchitaban, los animales buscaban refugio en lugares lejanos, y la música del agua que antes llenaba el aire se desvanecía en un silencio inquietante. La lluvia, que solía ser una visita frecuente, parecía haberse olvidado de aquel rincón del mundo.

Un día, un grupo de niños decidió explorar lo que quedaba del río. Caminaron por sus orillas secas, levantando piedras y buscando pequeños charcos de agua. Al llegar a un viejo árbol, se sentaron a descansar y comenzaron a hablar sobre lo que habían perdido. Recordaban los días en que se zambullían en sus aguas, cuando el río era un compañero constante en sus juegos.

Mientras conversaban, uno de los niños miró al cielo. Las nubes estaban ausentes, pero algo en el aire le decía...