Caricia inadvertida
No sabría muy bien explicar por qué, por más que lo pensara o lo racionalizara… Lo único que sé, es que sus ojos, en esos instantes, eran primavera, una escena de fondo y forma claramente predispuesta para encender una vida o para darle ritmo a los latidos de un corazón. Estoy seguro, de hecho, que unos ojos así, tan limpios y sinceros como los que me miraban en ese momento, bien podrían observar más allá de los bordes ondulantes de un sueño fugitivo. “Pues yo no te veo nada extraño en el rostro”, le dije yo, con toda sinceridad, desde luego. Más allá de ver una chica hermosa y sonriente no veía nada extraño. “Que sí, fíjate bien”, dijo entonces ella. “Hombre, que no veo nada que me resulte peculiar”. “Tienes que mirar bien”. “Pues sí, por eso, sigo viendo bien, pero sigo sin ver nada raro”. Aquella trivial discusión seguía, pero a nuestro alrededor, debo decir, reinaba la misma inmensidad de las horas que se han derramado sobre un caos dulce y apetecible. Reinaba un...