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El condescendiente

Porque hay en mi pequeño y débil espíritu una tormenta, un amor y un desasosiego juntos que se mezclan y se revuelven, que se enfrentan y se unen, que se rompen el uno al otro. Se niegan. Más juntos son una sola cosa y aún así nada pueden contra los límites estrechos de mi espíritu, tan acostumbrado a la violencia y a la rudeza de afuera. Hay dentro mío una guerra irresoluble, una guerra de desgaste, de atrición como dicen los técnicos. Un conflicto que cuando se deja alumbrar por la cotidianidad y su afán, pareciera desvanecerse. Pero no, no se desvanece, se retrae como un caracol en su concha, rabioso y malhumorado, balbuceando pestes contra dios y el cristo, contra los poetas imbéciles y los novelistas insulsos de nuestro tiempo, contra esos artistas a los que decirles mediocres es alabarlos: no entienden un insulto. Tan habituados están a ser ensalzados, que se les grita“Gonorrea” y sonríen. Culto un soldado, le dices lo mismo y te responde Cetriazona, que es Ceftriaxona, cosa que el de la farmacia entiende y despacha sin suspicacias.


© Mauricio Arias correa