...

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Espejo
Habitado
Por la soledad
guardaba la sal del sol
en su esquina. Era piedra insondable
donde supuraba Dios
con sus evangelios y salmos.

Le mostraban yerbas y antibióticos,
en ráfaga recurrente
entre huracanes de espinas
y pájaros coloreados. Había un ser
que se le sentaba enfrente, en el retrete,
a imaginar
cuadros de Miró y Picasso
y luego viajaba por las autopistas
llevando el hambre en las pupilas.

Podía ser habitado por
Sastres
Albañiles
Carpinteros
Rateros
Oficinistas
Estafadores
Traficantes
Comunistas
Capitalistas
Demócratas
Republicanos
Fascistas
Burócratas
Tecnócratas
Ambientalistas
Corredores de bolsas
Agiotistas
Neoliberales
Contratistas
Banqueros
Vendedores del mercado
Billeteros
Huele pegas
Jornaleros
Buhoneros
Diputados
Y hasta Presidentes

O tal vez, alguno que,
en su propio duelo por la supervivencia,
tenía una bella historia de inmigrante
que compartía con cineastas o teatreros
que flotan en los abismos
mascullando mundos inauditos.

Ya se sabe, era un espejo,
era como un pájaro de polarizados barrotes
fragmentado azogue asoleado
por las moscas: estertor desgarrado.
Herida donde pulsaba la luz
que iba escarbando en abismos irisados
que iba surcando húmedas tristezas
que no le importaba
si el mundo abdicaba en una ciénaga.

Hoy, todos seguimos mirándonos a él
queriendo coser la esperanza con serpientes
pero el espejo no sabe nada
con torpeza de necio repite
apático
nuestros rostros con sus arrugas
recordándonos que somos personas
de este mundo.

Sí, uno es sólo uno,
simple humano:
Y la noche nos reúne con los muertos...

© Roberto R. Díaz Blanco