...

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Dulce demonio efímero
Estabas pálida,
perlada,
como sin sangre.
Mas, un rosáceo, delicado,
cubría tus labios.
Sabían suaves
y algodonados
como el infierno.
Yo con mis ojos,
a la distancia,
ya había probado.
Chorreaban dulces,
empalagados
por comerte
sin tocarte
con mis dientes.

Era ese aroma
enrojecido,
cual sangre vino;
cual vino tinto,
del aliento,
que florecía
desde tu boca
Y lo endulzaban,
muy suavemente,
tus ricos labios,
que deboraba
todo mi cuerpo.
Ya estaba ebrio,
ya estaba loco
y animalado.

Como una gota
que besa un charco,
palpé suaveza
muy esponjosa;
Labios jugosos,
en mi garganta,
vertiendo algo.
Sorbí del vino
tan endiablado.

Bajé a tu muslo.
mi rostro tierno,
y a tu servicio,
acariciando
ese blanco cuento.
Blanco cual ángel,
tan ancho y suave
cual brasa hirviendo.
No estaba cuerdo,
mis tensas cuerdas
me amordazaban
Y me llevaste
donde no hay tiempo.
Ya no recuerdo
en que bello trance,
tan extasiado,
muy placentero,
mecías mi cuerpo.

© Estoico

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