En un santuario de sombras y luz,
donde la magia se funde con el azul,
una hechicera de mirada intensa,
contempla el fuego de su esencia.

Su piel, como el nácar, suave y pura,
un manto de seda, su vestidura,
sus ojos, dos estrellas en la noche,
brillan con el poder de su hechizo.

En sus manos, un martillo de plata,
con el que golpea un cuenco de latón,
resonando en el aire una melodía,
un canto de poder, una armonía.

De su varita, un aura se desprende,
un torbellino de colores se extiende,
un arcoíris místico, vibrante y vivo,
el símbolo de su arte, su destino.

Cristales de cuarzo, brillando a su alrededor,
absorben la energía, con un poder profundo,
cada uno un portal, una puerta al infinito,
a mundos mágicos, donde el tiempo es distinto.

La hechicera, con mirada serena,
concentra su fuerza, su mente serena,
susurra palabras en lengua ancestral,
tejiendo hechizos, sin temor ni rival.

Las luces danzan, un ballet sin igual,
las sombras se retiran, dejando su señal,
en el aire se palpa, la energía mística,
la hechicera del cristal, la reina mística.

Con cada golpe, con cada palabra,
despierta la magia, la hace vibrar,
en el corazón del santuario, se abre un portal,
a un mundo de sueños, donde la magia es real.

En su mirada se refleja, la fuerza del alma,
la hechicera del cristal, la dueña de la calma,
su poder, infinito, sin límites ni fin,
un canto de luz, un mágico design.


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