Cuando los días comienzan con atardeceres
una tenue luz melancolica intenta traspasar el cristal.
El nitidamente frío cielo resplandece
y se alza protagonista de unos árboles vetustos
que se apagaban poco a poco
y no recuerdan ya las láminas de oro.

Todo se muestra simple, distante,
de una existencia puramente anodina
y que se resigna a degustar la no amarga levedad del der.

El difuminado contorno de mi cuerpo
ya no busca el calor de la lumímica mirada de lo eterno
solo queda el día,
este día de trasparentes palabras
que no escitan al corazón no doliente
y que no temen a la inevitable noche de la muerte.

Estos ojos que alguna vez observaron la tormenta
ven en el pálido halo de esta mañana
el insípido sabor del común vivir.