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Travesía en un hospital
Las circunstancias de mi deplorable psique me llevaron al hospital; una afección muy kafkiana he de decir: alienado, algo psicótico, hundido en el absurdo, profundamente consciente y por ende profundamente aterrado. Recuerdo pasar por los pasillos grotescos, y ser abrazado por los berridos lacerantes de las múltiples existencias que allí resarcían ciertas transgresiones. Un universo de dolorosas tribulaciones se encerraba en esos pasillos estrechos y opresivos, «Un infierno muy dantesco» pensé, al ver a un errante de la ciudad arqueado hacia delante, con su testa señalando, irónicamente, los interiores de la Tierra (como si su espalda cargara flagelante plomo).

Aquella noche fui llevado por una beldad, que pareciera la reencarnación de algún cuadro vienés, a una sala donde dormitaban otras dos almas algo enclenques en sapiencia y juicio. Verdaderamente innecesaria fue este actuar, ¿de qué servirá un médico cuando la dolencia reside en el alma? Ante mi tedio insomne realicé lo que hace un poeta hastiado del tiempo inmenso, que tan breve parece ser: una contemplación prolija.

Los enfermeros se desplazaban como hojas nerviosas en un remolino, mientras los dolientes más viejos pernoctaban con una confortabilidad incomprensible en camillas afianzadas a las paredes de los pasillos.

Una vieja, una mujer antigua como Babilonia descansaba eternamente fría, bajo una manta modesta y nívea que la cubría completamente. Un expediente a su flanco señalaba su expiración esa misma noche. «Llenen las formas y comuniquen a sus familiares» escuché parlar de un médico, mientras me hastiaba de mi incomodidad.

Tomé una pequeña y fastidiosa cabezada antes de quedarme aturdido por cierto suceso.
—Doctor, la paciente **** se levantó de su camilla, desea caminar.
—¿Acaso? ¡No es momento de bromas!
—No, señor.
—Busque el acta de defunción; es este un gran dilema.
Con tan poca extrañeza parecieron tomar una resurrección; un evento extraordinario, mientras aún dormitaban los insanos, y se me enredaban los pensamientos en hilos de estupor.
© Engel Volkov