Le pregunte en la luz tenue de la cafetería,
con una mirada que se mezclaba entre la curiosidad y el instante en que una velita se apaga con el último soplido:
"¿Qué palabra usarías para definirme?"
Quería saber el conjunto de letras que intentaran englobar mi existencia.
No hubo silencios eternos.
Él sonrío y me miró con esas facciones que llevaba adorando desde hace algunos meses.
Y de sus labios llegó la ansiada respuesta:
"Intensa".
Una pequeña risa brotó de mí y siguió un "¿Por qué?"
Él construyó un camino de letras que le dieron cuerpo a mi esencia.
A esa fragilidad que es capaz de convertirse en estanque o en marea según la ocasión.
Y supe siempre que mi vida nunca pudo ser de otra manera.
Que los sentimientos me atraviesan y se funden con ardor en cada fibra de mi cuerpo.
Hasta ese instante, solo percibía el dolor y la melancolía como el pan de cada día.
Pero cuando él llegó, descubrí el otro lado del sol.
Me ví enamorada, adornada de una sonrisa honesta.
De mis ojos admirando una obra de arte que abraza sin espinas y besa con cuidado mis cicatrices.
Él, pudo definir sin miedo ni suspensos que mis años siempre fueron intensos para lo malo y para lo bueno.
Y en ese sentido, esa era la parte salvaje que jamás nadie pudo civilizar.
Esa era la parte que atrapó su corazón y la que ama con devoción.

© Emilia R.B